Serpentario



Afuera transcurría la mañana más fría del año y la nieve ya cubría gran parte del país. Los medios hablaban de olas polares y expectativas de más nevadas. Era de esperar, según los meteorólogos de TN, que al día siguiente, la capital y sus alrededores amanecieran cubiertos de blanco, como hacía dos años. Yo descreía de ello.
A medida que más gente ingresaba, encontrarse en la galería principal comenzaba a perder sus beneficios. Las regulaciones por la epidemia impedían que las puertas se cerraran, en contradicción con el avalado hacinamiento. Ni siquiera la multitud lograba contrarrestar los efectos de las bocanadas de viento, que hacían penoso esperar a que abriera la boletería para poder comprar las entradas. A su vez, veíamos con cierto enfado a la gente que había obtenido las suyas por Internet formando una segunda fila para entrar directamente. Sin embargo, sentía que no pertenecía a aquella multitud. Trataba, hacia mi interior, de diferenciarme de de los frenéticos grupos de fanáticos reunidos por el simple estreno de una película. Como suele sucederme ante tales manifestaciones de comportamiento masificado, el predominio de bufandas doradas y rojas despertaba en mí un desprecio que debía expresar. Nos reconfortábamos unos a otros diciéndonos que el evento no había alterado nuestro comportamiento, aunque el hecho de haber concurrido con tanta anticipación perturbara mi razonamiento.
El viento helado del exterior convertía a la opción de continuar las formaciones hacia afuera en un imposible. En consecuencia, las hileras nos envolvían como los cuerpos de dos serpientes constrictoras que contraen cada vez más sus músculos. Con nuestra movilidad cada vez más reducida comencé a sentirme un tanto sofocado. Cada nuevo individuo que se incorporaba a alguna de las colas hacía más difícil diferenciarla de la otra, y junto con ello, resultaba cada vez más difícil diferenciarse uno de los otros. Comencé a buscar un refugio para mi mirada, sin embargo aquellos colores estaban en todos lados. Los afiches de las demás películas quedaban fuera de mi alcance y quienes no vestían las bufandas, portaban escudos bordados en sus buzos que aludían al fenómeno. Poco a poco fui sintiendo cómo me diluía entre ellos.
Cuando abrió la boletería, la alegría fue efímera. Al cabo de unos minutos ya nos habíamos detenido nuevamente en el mismo lugar, aunque ahora, con nuestras entradas en mano, formábamos parte de la otra fila. La gente volvió a agolparse y pronto las dos serpientes se convirtieron en una. Desesperado, volví a buscar una imagen que me separara de la euforia de los fanáticos, llenos de vitalidad no obstante la temprana hora del día y la temperatura bajo cero.
Como si hubiera sabido que ibas a entrar, di media vuelta y parándome en puntas de pie logré ampliar mi horizonte. Conduje mi mirada a través del cristal de la vidriera hacia la calle, y ahí estabas vos. Caminabas apurado porque era tarde. Todavía no tenías tu entrada y no habías hecho la cola desde una hora antes como yo. Tampoco te habías puesto una bufanda, ni llevabas ningún tipo de insignia. Podrías haber estado allí por cualquier otra cosa. No pude evitar sonreírme al verte. Me viste y devolviéndome la sonrisa comenzaste a caminar hacia mí. En aquel momento todo lo demás desapareció. Sólo estabas vos, y no tenía que compartirte. Quería que me llevaras a tu mundo, donde no me diluyera entre tantos, donde yo sólo fuera especial. Sin develar el secreto, te acercaste para saludarme tanto como el muro de gente que nos separaba lo hizo posible. Luego te fuiste a formar parte de tu fila, y en cuanto te apartaste de mí, sentí como si mi estómago se hubiera volteado sobre sí mismo.
Comenzamos a avanzar y en pocos pasos nos encontramos frente a la escalera. La muchacha cortó nuestras entradas y antes de desaparecer hacia el interior de la sala volteé para verte. Ya no vi jóvenes vestidos de rojo y dorado, ni bufandas, ni escudos. No vi gente fotografiando figuras de cartón ni vistiendo túnicas. Sólo te vi a vos, y cómo me sonreías.



Así fluyó. Para cuento le falta, para anécdota le sobra.

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