El ajeno

Hoy es jueves 16 de septiembre de 2010. Hace treinta y cuatro años, siete estudiantes del colegio secundario de Bellas Artes de La Plata fueron detenidos y desaparecidos por la dictadura cívico-militar. Lo que se dio a conocer como “la noche de los lápices”.

Hoy es jueves 16 de septiembre de 2010 y los estudiantes secundarios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires están en la calle reclamando mejoras edilicias. Sus colegios están tomados. Algunas facultades de la U.B.A. los acompañan y también reclaman lo propio. La gente marcha desde el Congreso hasta la plaza de Mayo. Las banderas pinchan el cielo; las bombas de estruendo y los bombos configuran la banda sonora, junto con los cánticos de los militantes. La causa nos une.

“Jamás se hubieran imaginado esos chicos que treinta y cuatro años después toda esta gente se movilizaría para recordarlos”, escucho decir a un joven desaliñado entre la multitud que espera a las columnas que marchan por la avenida de Mayo y la Diagonal Norte. “El contexto hace al texto” responde otro, y agrega: “No estaría ni la mitad de esta gente si la educación no estuviera en crisis, y no estaría un cuarto si no se pudiera sacar rédito político de esa crisis.”

Las columnas llegan y colman la plaza. Algunas agrupaciones, principalmente kirchneristas, no se quedan para el acto. Los jóvenes se diluyen entre los recién llegados. “¿Por qué vienen? Son tan tontos de pensar que no se le va a pegar al gobierno nacional también. Hacen número para la contra” habla una joven estudiante, pequeña y delgada mientras saca los cigarrillos de su pantalón de tela a rayas al mismo tiempo que desenreda su pelo ondulado, largo hasta la cintura, un tanto abatido por el clima. No hace frío como para estar en musculosa, pienso mientras observo sus hombros huesudos, ahora descubiertos. La chica se da vuelta y le pide fuego al muchacho de barba pelo largos que estaba a sus espaldas. Él saca un encendedor del bolsillo de su joggin viejo y prende el cigarrillo de la chica. Ella le agradece y sigue debatiendo con sus amigos.

“No estamos en contra del gobierno nacional, o del de Macri, estamos en contra de todos los gobiernos.”, se cuelan los dichos de los militantes ya han empezado el acto. Por todos lados grupos de jóvenes debaten sobre la educación y la política, y comentan sobre lo dicho por los oradores. “Dicen que estamos politizados, y estamos luchando contra una política concreta de desfinanciación de la educación, así que sí compañeros, más vale que estamos politizados”, vocifera el orador de turno; un chico de unos veinticinco años, de baja estatura, con cabello corto al ras y barba desaliñada de varios días. Viste un jean gastado y un buzo de alpaca con motivos andino, lo que podría interpretarse casi como el uniforme de los presentes bajo una mirada ingenua. La gente aplaude los discursos y comentan entre ellos. “Me reservo estar en desacuerdo con algunos puntos”, susurra mi compañero a mi oído. “No creo en la personalización de la demanda, esto no es en contra de Cristina, ni de Macri, es a favor de la educación”, continúa.

Sigo barriendo la plaza con la mirada. La unidad es clara, todos luchamos por lo mismo, aunque disintamos en los métodos. Todos queremos estudiar, todos queremos un país mejor y sabemos que la única forma de lograrlo es con la educación pública. Todos jóvenes (al menos de este lado de la plaza), predominan los estilos desaliñados, las barbas de un par de días y las ropas gastadas, buzos con capucha, pantalones de joggin y zapatillas, todo fuera de moda.

Pero alguien es ajeno, ¿o nosotros somos ajenos? Él no tiene barba ¿Será eso lo que lo delata? Atraviesa la plaza y al verlo la gente se repliega sobre sus grupos, le da la espalda y se aferra a sus bolsos. Él no tiene bolso, tal vez sea eso. “Nacionalicemos el reclamo por la educación.” Grita una chica con su voz cargada de nerviosismo mientras el muchacho camina entre la gente. Él nos mira perplejo, como si no entendiera por qué desconocidos lo visitan en su casa y lo ignoran. Se acerca a algunos grupos y les habla. Tal vez pronto pierda los ojos, si nadie le dirige la mirada. A medida que se va acercando, su voz se va haciendo más clara. Pide algo (como nosotros, pienso). La gente le abre el paso mucho antes de que él pida permiso y sólo lo observa al tenerlo de espaldas. Lo hace sólo por un instante y vuelve a concentrarse en la manifestación. Él sigue hablándole a los grupos que a penas le responden. Yo lo espero junto a mi compañero dispuesto a oír su reclamo. Como nosotros viste un pantalón de joggin y un buzo con capucha gastados, pero todos sabemos la diferencia. Se acerca y sin darme cuenta aprieto la mochila contra mi pecho. Él ya no busca, ya no habla. Pasa por mi lado pero me avergüenza mirarlo. Me doy vuelta para observarlo una vez que está detrás de nosotros y veo que se escabulle entre las banderas de la juventud guevarista. ¿Será su andar tambaleante lo que lo delata?

- Esta situación me duele mucho - le comenta una desconocida de rastas a mi compañero.

- ¿Qué cosa? - responde.

- ¿Por él quién reclama?... Bueno esto es un poco por él… - se detiene pensativa. Veo al ajeno grabado en sus ojos marrones, y al cabo de unos segundos continúa. - No, por él no es. Por él no hacemos nada.

- ¿Por quién? – contesta extrañado mi compañero - ¿De qué estás hablando?

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