La otra chiquitita



El 7 de agosto de 1995, hacía aparición por primera vez en la escena de la cultura masiva argentina la telenovela infantil Chiquititas. Producida por Telefé, la serie conquistó inmediatamente al público infanto-juvenil y mantuvo caliente la pantalla del canal durante 7 años consecutivos. En 2001, Con un promedio de 11 puntos de rating por programa, más de un millón de espectadores en la suma de temporadas teatrales y con una previsión de facturación de 17 millones de pesos sólo en merchandasing oficial del programa[1], la serie tendría un final forzado, aunque provisorio, por diferencias con el canal. Finalmente, en 2006 volvería por una nueva temporada, la última hasta el momento.
La tira cuenta la historia de un grupo de huérfanas (y luego también huérfanos) que viven en el hogar “Rincón de Luz” y sus dramas, principalmente en torno al abandono, la pérdida, la incomprensión, el crecimiento y las relaciones con el otro sexo. Por otra parte, también nos propone un arco argumental de adultos: la historia de Belén Fraga (interpretada por Romina Yan), una estudiante de Trabajo Social, apasionada por los niños, que con el tiempo termina haciéndose cargo del hogar en el que viven, e incluso adoptándolos formalizando una familia. Desde 1999 fue cambiando el elenco adulto, pero la estructura permaneció sin grandes cambios.
Consideramos que gran parte del éxito nacional y regional de Chiquititas radica, por supuesto, en la combinación de elementos atractivos para los niños (como la danza y la música) pero sobre todo en su carácter de melodrama, género muy extendido en latinoamérica. Según Monsiváis (2006), en el melodrama suelen representarse los temas de la historia, la pobreza, la religión, la familia y el adulterio. Pese a tratarse de una telenovela infantil, Chiquititas no escapará a ninguno de estos temas.
Si bien Chiquititas fue un producto cabal de las industrias culturales, compartimos con Stuart Hall su concepción de la cultura popular esencialmente definida por la tensión permanente con la cultura dominante, lo que nos permite entenderla como un espacio de lucha, ya que “[e]l significado de un símbolo cultural lo da en parte el campo social en el que se incorpore, las prácticas con las que se articule y se lo hace resonar” (Hall, 1984). Así, podemos analizar nuestro objeto con un enfoque más amplio que la mera búsqueda de elementos reproductivos de ideología dominante.
En el segundo episodio de la serie, irrumpe Jimena en la vida de “las chufas” (nombre con el que se hacía referencia a las huérfanas del hogar Rincón de Luz): otra huérfana más, pero nueva en un grupo ya consolidado, de piel más oscura que el resto, más bajita que la mayoría, que vivía en la calle y que es presentada como problemática. Nos interesó analizar el modo en el que se representa la irrupción de este nuevo sujeto popular. Para ello, visualizamos dicho capítulo, incluído el videoclip musical que lo compone.
La directora del hogar planteará el conflicto apenas iniciado el capítulo:
“Vine porque quiero hablarles de un tema un poco delicado. Hoy va a ingresar una nueva compañerita al hogar. (...) Es una decisión que tuve que tomar de apuro. Es un caso muy especial. (...) Es una chica con una historia muy triste. Fue criada en la calle, además se escapó de todos los lugares donde la mandaron. Creo que la adaptación le va a costar mucho, evidentemente es una chica que tiene problemas.”

¿Cuáles son las características con que se representa a este sujeto popular, “desclasado”, que se ve forzosamente integrado a un grupo? Nos interesa abordar estas representaciones poniéndolas en diálogo con el contexto social, político y económico en que este personaje irrumpe en la escena de la cultura masiva argentina y con otras matrices, entendidas como “la riqueza de determinaciones locales e históricas que quedan tanto por fuera del código como del texto mismo” (Cruces, 2008), y que pudieran echar luz sobre la constitución del personaje. Tal es el caso, por ejemplo, de los imaginarios sociales en torno a la pobreza y la situación de calle, o los paradigmas de abordaje de la problemática de la niñez, como las doctrinas de la situación irregular y la de la protección integral.
En su Manual básico de Criminología, Carlos Alberto Elbert, desarrolla el modo en que el positivismo influenció en la criminología argentina hasta el punto de incidir en las instituciones, la legislación y los programas sociales. El tratamiento legal de la problemática del niño no estuvo ajeno a esta visión, dando lugar a lo que se llamó la doctrina de la situación irregular, según la cual se creaba la categoría jurídica del “menor”, que constituía el objeto de la doctrina y para quien “se construye todo un aparato o sistema institucional (...) [al] que se otorga el rol específico de socialización y control” (Laje, 2000:1). Sin embargo, en la actualidad, a raíz de la Convención Internacional de los Derechos del Niño ha surgido un nuevo paradigma de abordaje de la problemática: la protección integral, que enfatiza la acción preventiva y una perspectiva conceptual más amplia que atienda a las causas de la problemática. Hasta la sanción en septiembre de 2005 de la Ley Nacional de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescente, persistió en Argentina un sistema de abordaje de las problemáticas de la niñez que no contemplaba a los niños como sujeto de derechos, donde su opinión era prescindible. Creemos que en Chiquititas puede verse el conflicto en el plano cultural entre ambos modelos de abordaje de la infancia, expresado de modo errático y contradictorio, lo cual, como dice Beverly Best (1997), no debe ser pensado como cuestiones a resolver, sino como un elemento sobre el cuál pensar.
Como vimos, a través del discurso oficial encarnado en la directora de la institución, se sentencia a la niña como conflictiva, sin problematizar el abordaje al que ha sido sometida y desconociendo su dimensión subjetiva: no es más que un objeto que han de ir trasladando de institución en institución, profundizando los mecanismos de represión si no se adapta al resto. De hecho, más adelante, la Directora, quien teme que Jimena pueda ser una mala influencia para el resto, afirma que si no se adapta deberá ser trasladada a una institución “para chicos con problemas de conducta”, la cual según sus propias palabras se parecería a una cárcel. Al mismo tiempo, se aplica la lógica de “la manzana podrida”, propia del positivismo criminalista que da origen a la doctrina de situación irregular: cuando Jimena se porta mal, la solución es apartarla de las demás manzanas (las chufas) para que no las contagie.
Pero permanentemente la voz de otra niña, la más grande, la más madura (¿la menos niña?) nos enfrenta a esta postura: Mili (Agustina Cherri), siempre intercede en su favor. Por otra parte, Jimena está puesta en el relato en un lugar de víctima, que simplemente no se abre a los demás por miedo a sufrir, y las chufas, insensibles y rencororsas insisten en una venganza por su destrato (“tenemos que hacer algo para que nos respete”, dicen). En esta estructura melodramática en la que las desdichas del personaje se apoyan en la solidaridad de los espectadores (Monsiváis, 2006), Jimena es nuestra heroína que atravesará una transformación propia del melodrama con la ayuda de Mili: de pobre a rica y de la soledad al amor. Por eso creemos que puede verse en Chiquititas, a partir de la irrupción de Jimena, una crítica, débil, pero crítica al fin, al abordaje de la problemática de la niñez propio de la doctrina de situación irregular.
Por otra parte, Consideramos que Jimena puede ser interpretada como un emergente social, como la irrupción de una realidad que había devenido inocultable para la Argentina de mediados de los 90, que mientras “crecía” en términos económicos, excluía cada vez más a más sectores sociales. Siguiendo a Carolina Justo von Lurzer (2013), podríamos pensarlo como una tramitación simbólica de otro tipo de crisis, en donde también “se construye una agenda de problemáticas sociales y [se] caracteriza y localiza a los otros peligrosos o víctimas” (Justo von Lurzer, 2012:3) Por eso, este personaje, sin carecer de las contradicciones que caracterizan a los productos de las industrias culturales, podría habilitar una reflexión social y una preocupación por la inclusión social, cada vez menos problematizadas desde las políticas del Estado neoliberal.

Cabe mencionar, entonces, que el 14 de Mayo de 1995 (tres meses antes del estreno de Chiquititas) había sido reelecto Presidente Carlos Saúl Menem, lo que significó la consolidación del modelo neoliberal en la Argentina. Los 90, venían siendo, para el país, una década de importantes cambios, entre los que se destaca una profundización de la desindustrialización a favor del sector de servicios y de la valorización financiera, y un gran crecimiento del desempleo y la desigualdad social de la mano de la privatización de las empresas del Estado y la extranjerización y concentración de la economía.
            Este proceso fue acompañado por un discurso hegemónico que subordinaba la política y el desarrollo social a la economía. Podemos ver cómo este contexto se cuela en la tira Chiquititas, como buen melodrama, a través del enfrentamiento planteado entre el “típico oligarca bajando línea liberal”[2] interpretado por Gabriel Corrado y la honesta estudiante para “asistente social”, pero, sobre todo, trabajadora de una fábrica de pastas, devenida en delegada sindical, interpretada por Romina Yan. 
 
Jimena tiene la piel más oscura que el resto, está menos arreglada que el resto, la ropa le queda grande y no se corresponde con los estereotipos de vestimenta para niñas (lo cual se ve reforzado por oposición con el ejército de polleras y enteritos de las chufas). La “chica de la calle” aparece principalmente callada, agresiva (¿o resentida?), se autoaísla, mira desde lejos, camina lento, sola, diminuta en los pasillos gigantes del hogar. En el video clip “Igual a los demás”, una canción cantada por ella sola centrada en la identidad des-igual de su personaje, hay muchos primeros planos, partes en blanco y negro o en sepia, además de una lacrimosa letra que focaliza todas sus carencias y largos anhelos, “como esperanza de pobre prometida”. A diferencia de lo que plantea Pablo Alabarces (2012) acerca de Disney, aquí la infancia aparece cargada de rasgos políticos y repleta de conflicto, aunque este sea, como dice Barbero (1983), parcialmente neutralizado por operaciones de homogeneización (como, por ejemplo, veremos más adelante en la resolución del conflicto) y estetización.
            Por su parte, el significante “pobre” revuela todo el capítulo. La gran mayoría de las veces es utilizado en referencia a Jimena, sin embargo, nunca se utiliza en el sentido económico de la palabra, aunque, por supuesto, nada impide la asociación, más bien al contrario. En cambio, podemos encontrar toda clase de construcciones como “pobre imbécil” o “pobrecita”, entre otras. Creemos que la ambigüedad del significante habilita a pensarlo como una marca de su condición social diferencial respecto de los demás personajes, en especial de las chufas, que incluso son acusadas de “ricas” por Jimena. Así, luego de que parece integrarse un poco al grupo, cuando todas van a la escuela, menos ella, el conflicto (¿de clase?) recrudece: “Sos una enferma que ni debés saber escribir tu nombre” le espetan. Como represalia, mientras las chufas están en la escuela, Jimena destroza varias de sus pertenencias bajo el grito de guerra: “¿Quién se creen que son? ¿Ricas, porque viven acá y tienen todo esto?”. Ahora sí explicitada la dimensión materialista de su diferencia, aunque casi como una simple expresión de envidia. Cuando las chicas se quejan con la directora por los destrozos de Jimena argumentan: “Esa chica es mala, de verdad”, casi como si se confesara que el rechazo inicial correspondía a un prejuicio producto del imaginario que los estigmas que porta habilitan.
Creemos que esta interpretación adquiere solidez apelando a la contextualización que la propia serie hace de la situación económica y política del momento, a través de los personajes adultos: alto desempleo, subordinación de la política a la economía liberal, conflictividad social expresada en la oposición obreros-patrones, con el condimento de un sindicalismo entregador; todas expresiones que podrían habilitar una lectura en clave clasista del conflicto entre las nenas.
Finalmente, el conflicto se resuelve. Martín, el oligarca-liberal, hace notar a Mili que “a la gente le gusta que la traten con cariño” (¿en vez de con crispasión?), incluso aunque no quieran reconocerlo. Luego, Mili se niega a ejecutar la venganza. Jimena logra escapar y es entonces cuando tenemos la incursión musical del capítulo con el videoclip.


Al comienzo Jimena tiene la misma ropa que tenía en la última escena en la que la vimos, proponiendo quizá una lectura legítima en la cual el videoclip representaría el conflicto del personaje en ese momento: su deseo de ser “normal”, su reclamo a que alguien la quiera; igual que en las novelas que mira por la tele, Jimena exige su final feliz (y lo tendrá).
El clímax llega luego del video, cuando Mili se ofrece a sí misma como víctima, en un “gesto de dignidad y abatimiento” (Monsiváis, 2006) propiamente melodramático: el mártir popular que se entrega en sacrificio. Este gesto, motiva que Jimena la acuse de creerse superior cuando en realidad serían iguales: ambas portan el estigma, y es en esa afirmación de la falta (“dos ratas sin familia que nadie las quiere”, dice Jimena) que la liberación y la unión se producen. Jimena cede ante la demostración de amor de la Chiquitita más grande, y cual beso apasionado entre los amantes de la telenovela melodramática, Jimena y Mili se encuentran, y después las demás Chufas se suman en un abrazo colectivo. La diferencia se borra, ya no hay clase, hay un montón de nenas abandonadas por sus padres, que al final sí se quieren, porque en definitiva, es una novela que vemos por la tele. Así, la diferencia de clase es finalmente subsumida, homogeneizada, bajo el estigma del desamor: la orfandad, la falta de familia. 
Claro que no se nos escapan los riesgos que subyacen en la neutralización del conflicto de clases, pero tampoco nos parece justo pensarlo como una manipulación perfecta al servicio de los intereses dominantes, menos si aceptamos, siguiendo a Hall y Hollows, que los textos son polisémicos y habilitan lecturas diferentes (Hollows, 2005). En ese sentido, podría ser interesante un posterior estudio acerca del modo en que fue resignificado el personaje de Jimena en los metadiscursos elaborados sobre la serie Chiquititas, así como las agencias que se han hecho desde la recepción. Asimismo, sería relevante analizar cuál fue el desarrollo dramático posterior del personaje, continuando una línea de investigación que se centre en el texto, en relación con estas matrices enunciadas.      

Bibliografía de Referencia


      ALABARCES, P. (2012). Peronistas, populistas y plebeyos. Crónicas de cultura y política, Buenos Aires. Prometeo Libros Editorial. Páginas 23-32.
      BEST, B. (1997). “Over-the-counter-culture”, en REDHEAD, S. (ed.), The Clubcultures reader. Readings in Popular Culture Studies, Londres. Blackwell Publishers. Traducción de GANDOLFI, F. A. y edición de BORDA, L.
      CRUCES, F. (2008). “Matrices culturales: pluralidad, emoción y reconocimiento”, en Anthropos, N° 219, Barcelona.
      ELBERT, C. A. (2001). Manual básico de criminología. Eudeba.
      HALL, S. (1984). “Notas sobre la desconstrucción de lo popular”, en SAMUELS, R. (ed). Historia popular y teoría socialista, Barcelona. Crítica.
      HOLLOWS, J. (2005) “Feminismo y estudios culturales”, selección del capítulo 2 “Feminsm, Cultural Studies and Popular Culture” en Revista Lectora: revista de dones i textualitat, Núm. 11. Barcelona. Universidad de Barcelona.
      JUSTO VON LURZER, C. (2012). “Politización mediática y despolitización comunicacional: algunas estrategias de representación de problemáticas sociales en televisión”, Ponencia ante las Jornadas “Mediatizaciones En Foco”, 2 y 3 de agosto de 2012, Facultad de Ciencia Política y RR.II. Universidad Nacional de Rosario.
      LAJE, M. I. (2000). “Los menores de ayer - Los niños de mañana” Revista Anuario, Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales.
      MARTÍN BARBERO, J. (1983). “Memoria Narrativa e industria cultural”, en Comunicación y cultura, Nro. 10. México.
      MONSIVÁIS, C. (2006). “Se sufre porque se aprende. (De las variedades del melodrama en América Latina)”. En DUSSEL, I. y GUTIÉRREZ, D. (comp.), Educar la mirada. Políticas y pedagogías de la imagen. Buenos Aires. Manantial, Flacso, Osde. 

[1] http://www.lanacion.com.ar/320601-el-fenomeno-de-chiquititas
[2] Frase textual del personaje Belén Fraga, refiriéndose a Martín, interpretado por Gabriel Corrado.

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