Factura tipo C... con C de Constitución.


El tren entra impetuosamente en la estación Constitución como una bota que pisa un hormiguero. En instantes por todas sus puertas fluyen las columnas de expasajeros apresurados. Normalmente es difícil saber a dónde van o de dónde vienen, pero a estas horas de la madrugada es fácil aventurar una respuesta sin equivocarse. Son pasadas las seis y media de la mañana, y casi todos los pasajeros de los distintos ramales de la ex línea Roca llegan a Constitución rumbo al trabajo. Algunas bajan rápidamente para no perder el colectivo que toman en la plaza, pero hay otros que van con menos prisa. Esos que aún tienen unos minutos suelen hacerse un espacio para desayunar.
            Frente a la estación del ferrocarril, sobre la plaza constitución hay un puesto de café y facturas que sólo abre a las mañanas. Alrededor de las 5 de la madrugada llega siempre Sandra vestida con su ambo celeste de enfermera y abre el puesto. Recibe al repartidor de la panificadora y a medida que va llegando todo el equipo de trabajo arman el escenario. Entre todas preparan una olla enorme de café y con varios termos trasladan el contenido a un recipiente más grande que conserve el calor, desde el cual, luego, sirven al público.
Desde muy temprano circulan algunos lúmpenes por la zona, pero ellas saben que el negocio arranca recién con los primeros trenes de las 6. Cinco minutos antes de que llegue, las empleadas tienen su último respiro relajado, porque en cuanto escuchan la bocina se ponen en alerta. Cada una chequea tener una buena cantidad de monedas en su bolsillo canguro del delantal, terminan de acomodar las facturas en la mesa, se ponen en guardia y le hacen frente al scrum de hambrientos usuarios del Roca.
A pesar de la hora y la somnolencia, impresiona el vigor con que los usuarios cruzan los carriles y las dársenas para colectivos que los separan del puesto de facturas. Tal vez la necesidad de romper con el ayuno es lo que los puede, tal vez sea sólo el ritual de cada mañana que les da fuerza para seguir con la vida, tal vez se trate de la conducta masificada del “todos lo hacen”, o tal vez sea solo el afán por alcanzar las facturas más ricas antes de que se agoten por el exceso de demanda. El dorado de las medialunas o el negro del café son tan fuertes que opacan el color de los semáforos que la gente ignora alevosamente. La escena parece una partida de frogger, donde por primera vez a las ranas se les ocurrió tomar la calle y cruzar todas juntas, obligando a los autos a detener la marcha detrás de un estruendoso bocinazo. Sorprende que entre la estación y la plaza proliferan alternativas culinarias pero ninguna tan exitosa como el puesto de facturas que se encuentra junto a la parada del 60. La razón puede ser que si bien las facturas son las mismas, nadie vende el combo con café y los precios de Sandra aunque igualables, son imbatibles. Por tres pesos con cincuenta uno puede tomarse un cafecito (negro o con leche, según el gusto) acompañado por dos facturas. Y ojo, que no son sólo medialunas. Hay de todo, aunque las de dulce de leche se acaban rápido.
Las chicas atienden a la horda de clientes con gran simpatía y destreza. Mientras unas gritan el pedido y seleccionan las facturas con las pinzas de metal, otras detrás sirven los cafés y lo ponen sobre la mesa. La chica que haya atendido entrega las facturas, cobra el dinero, lo guarda en su delantal e indica en qué mesa han puesto la bebida. Los consumidores agradecen y rápidamente se paran junto al café que les corresponde, y mientras lo sazonan comparten un momento con otros “desayunadores”. Hay algunos pocos que huyen con el café en mano, un poco chorreando, un poco quemándose al tratar de beberlo rápido para no volcar, pero la mayoría se queda tranquilo, tal vez sea su último momento de tranquilidad antes de que comience efectivamente el día.
Para las nueve y media de la mañana las facturas ya se van agotando y el café cae a gotas. A más tardar al medio día las mujeres del puesto de facturas de plaza constitución han terminado su labor diaria (al menos allí). Cierran el negocio entre todas y se van a retomar su vida, quién sabe adónde, para volver mañana a la madrugada a repetir el ritual. 

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