Un grito que estremece…

Hoy es una mañana de sábado más, y la calle Felipe Vallese está desierta. Llego desde el este acompañando el sentido de la calle, cruzo la avenida Donato Álvarez y una vez del otro lado busco cuál es la acera de los números pares. Casi a punto de llegar a la siguiente esquina encuentro el árbol rodeado por la vaya roja y entiendo que encontré el lugar. El árbol está frente a una casa blanca de puerta y ventanas azules, atrapada entre dos vecinas de ladrillo a la vista. La casa es de una sola planta y la altura de las edificaciones con las que colinda le da ese dejo de encierro. Tiene en su mayoría tan sólo una planta, pero posee un patio en la zona delantera desde donde nace una escalera que conecta con una habitación un poco más alta que el resto. El árbol que cubre toda su fachada es incluso más alto que la casa. Busco expectante lo que ya sé que voy a encontrar, y lo encuentro: en pequeños números de metal dorado pegados a la derecha de la puerta se lee la numeración 1776.
En el barrio de Caballito, a pocas cuadras del Parque Centenario se encuentra el Hospital Durán. Frente a una de sus puertas, sobre la calle Ambrosetti, comienza la calle Felipe Vallese. Como si se tratara de un gesto de cierta justicia política, la Vallese no nace de cero, sino que tiene historia: comienza su numeración desde el 300, en continuidad con la calle Arturo Jauretche que llega hasta ese número. A partir de allí, Felipe Vallese se encamina hacia el oeste atravesando el barrio de Flores, para morir en Floresta, como si fuese otro gesto simbólico, junto a los árboles de La Victoria, un pequeño parque que se encuentra en la intersección con la calle Gualeguaychú.
La Felipe Vallese no es una calle demasiado transitada por los vehículos. Sólo tienen breves trayectos por ella las líneas 34 y 134, al este y al oeste respectivamente. Al caminar por sus veredas poco difiere Vallese de sus alrededores, sin embargo, sí varía el trajín de los peatones a lo largo del recorrido, según qué establecimientos estén cerca. Proliferan las farmacias, un par de escuelas, un jardín de infantes, una estación de servicio en la intersección con la avenida Dr. Honorio Pueyrredon, algunos pocos edificios y muchas casas con arquitecturas de lo más variadas, desde construcciones clásicas, más bien sencillas, hasta diseños más logrados como las expresiones del art decó que pueden apreciarse entre Biedma y Seguí. En una recorrida ingenua por el trayecto, todo parece normal, y más allá de aquellas pequeñas joyas arquitectónicas nada parece resaltar por sobre el resto. Sin embargo, esta es una calle que encierra historia, una historia oculta para la mayoría pero expuesta para las mentes inquietas de ojos agudos.
Las veredas de la calle Felipe Vallese son caminadas todos los fines de semana por decenas de paseadores de perros que brindan su servicio a la comunidad. Normalmente, cada uno de ellos lleva cerca de siete perros sujetados con sus correas, atolondrados, olfateando cada árbol y dejando su huella en más de uno. Sin embargo, entre la Avenida Teniente General Donato Álvarez y la calle Manuel Ricardo Trelles hay un árbol al que todo can tiene vedado el acceso. El árbol que se encuentra frente al 1776 de la calle Felipe Vallese se distingue claramente del resto: una vaya de hierro de unos ochenta centímetros cerca su perímetro, a diferencia del resto de la flora que se encuentra desprotegida. La especial atención hacia este árbol en particular no es más que la intención de cuidar un pequeño pedazo de memoria, un pequeño retazo de la historia nacional.
La noche del 23 de agosto de 1962, en esa misma calle que por entonces se llamaba Canalejas, Felipe Vallese, delegado gremial de la UOM y militante de la resistencia peronista en la JP, fue secuestrado. Según informaron los medios gráficos unos días después, desde hacía varios días había autos “sospechosos” en las inmediaciones. A las 23:30 uno de ellos hizo señas de luces al verlo pasar y arremetieron contra él. Vallese se resistió aferrándose con uñas y dientes al árbol situado frente al número 1776 de la calle Canalejas, pero no fue suficiente. Sus gritos despertaron a los vecinos que intentaron defenderlo pero fueron amenazados por un hombre armado que les exigió que no se metieran. Junto con Vallese se llevaron a otros miembros de su familia, amigos y compañeros peronistas a la comisaría primera de San Martín. Allí fueron sometidos a tortura bajo la consigna “¿Dónde está Rearte?”, en alusión al dirigente de la juventud peronista Gustavo Rearte. Se supone que Vallese falleció bajo tortura, pero su cuerpo nunca fue encontrado y de este modo se convirtió en el primer detenido-desaparecido peronista de la historia argentina. El hombre que comandó el operativo y torturó al militante fue el Jefe de la Brigada de Servicios Extremos de la Unidad Regional San Martín. Juan Fiorillo, quien falleció en el año 2008 bajo arresto domiciliario a la espera de ser juzgado por delitos de lesa humanidad perpetrados desde la Triple A y durante la última dictadura militar.
Los compañeros del gremio, tanto como los de militancia y todos los demás que en aquellos años se movilizaron por encontrar a Felipe Vallese, lo hicieron bajo un mismo canto: “¿Dónde está Vallese? Un grito que estremece… ¿Dónde está Vallese? Vallese no aparece”.

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