Talle Cero
Detrás de la cortina era otro mundo. A Patricia le encantaba verse en los espejos mientras se desvestía. Se espiaba de reojo, y si por una de esas casualidades la mujer del espejo le cruzaba la mirada, se sonrojaba y bajaba la vista. Estar frente a los espejos era para ella estar consigo misma, literalmente. Con suavidad acariciaba sus propias curvas y se acomodaba el cabello. Los espejos la hacían sentirse sexy y aquel juego la divertía mucho.
La mano del vendedor corrió apenas la cortina y sostuvo el jean frente a ella. Patricia lo tomó y le agradeció la gentileza. Dobló el nuevo pantalón sobre una banqueta con la que compartía el cubículo y se desabotonó el que llevaba puesto. Como deshaciendo aquella vieja publicidad de jeans Jordache[i], Patricia quebró la cintura, tomó la prenda por su parte superior con ambas manos y giró con gran habilidad sobre sus talones para darle la espalda a su reflejo. Se quitó el pantalón imaginando que el espejo era su cámara y una vez acabado el acting, volvió a girar sobre sí para verse a la cara. Permaneció unos segundos sonriendo a cámara y luego comenzó a ponerse el nuevo pantalón.
La publicidad aún rondaba por su mente, como siempre que se cambiaba. Volvió a darle la espalda a su imagen, esta vez para reconstruir la escena, y comenzó a vestirse. Introdujo ambas piernas en la prenda y con sus pies trató de empujar hacia la libertad. La tela del jean raspaba sus hinchados tobillos a medida que sus dedos ganaban cada centímetro de aire. Patricia saltaba sobre el mismo lugar tratando de subir los pantalones al mismo tiempo, y evitar de ese modo pisarlos con sus talones. Comenzó a sentir el sudor que corría por su rostro y se avocó aún más a la tarea. Los dedos de su pie izquierdo ya asomaban por el otro lado del dobladillo pero no había rastros de su pie derecho, que aún estaba atrapado en el acordeón de tela enrollado en sus piernas. Quiso volver hacia atrás y comenzar de nuevo, pero por querer aggiornarse a las modas había insistido en que el pantalón fuera un chupín, lo que hacía de su prisión un hecho consolidado.
Con cada tirón, podía sentir como la tela se encarnaba en sus piernas. Mordiendo su labio inferior para no gritar, Patricia se dejó caer sobre la banqueta en busca de nuevas fuerzas. Tomó la tela arrugada y con sus manos trató de estirarla. Al mismo tiempo siguió pujando con su pie derecho. El izquierdo, que ya había escapado por completo, estaba cada vez más hinchado y violáceo. Para aliviar la presión, la mujer comenzó a tirar de la cintura de la prenda hacia arriba, depilando sus piernas por completo. Una gota de sangre se desprendió de sus labios y sus ojos se llenaron de lágrimas. De repente, el dobladillo derecho parió otra criatura inflamada, entre rojiza y púrpura. Decidida a soportar el dolor, se irguió sobre sus pies, cada vez más parecidos a dos embuchados sangrientos, y por enésima vez jaló del jean para subirlo hasta su cintura. Inhaló con fuerza, enderezando su espalda y reduciendo su abdomen, y buscó unir ambos extremos de la cintura del pantalón. La dureza de la tela le rasgaba la piel de sus manos al ejercer presión en direcciones opuestas, sin embargo, Patricia resistió la lesión y logró abotonar el jean. Sin dejar de contener la respiración, tomó el pantalón por la entrepierna con una mano mientras con la otra subía la cremallera. El jean comenzó a ajustarse más y más al cuerpo de la mujer que ahora estaba forzada por la opresión a realizar cortas inhalaciones de aire. Las piernas, totalmente cautivas, le sudaban, o sangraban, no podía estar segura, mientras que el botón metálico, resistiendo la tensión, le perforaba la parte baja de su abdomen.
Patricia ganó la batalla.
Se miró unos segundos al espejo y luego corrió la cortina del probador para que todos la vieran. El vendedor se acercó sonriente.
- Precioso. Pintado te queda… ¿Vas a querer algo más, corazón?
- ¿Vos qué decís?
- Y, tenemos unas botas con taco stiletto que te morís. Te van a quedar bárbaras.
- Ay. ¿En serio? Traeme que me las pruebo ya.
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